Hedelberto López Blanch / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano
La política exterior del expresidente estadounidense Donald Trump ha vuelto a encender las alarmas en América Latina. Su obsesión por reimponer la Doctrina Monroe, bajo la premisa de que la región debe permanecer bajo influencia de Washington, se ha traducido en una nueva estrategia de presión: quien no se someta a sus intereses es catalogado como terrorista o narcotraficante.
La más reciente confrontación ocurrió tras el discurso del presidente colombiano Gustavo Petro ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde denunció las acciones arbitrarias y agresivas de Estados Unidos contra múltiples países. Petro cuestionó las acusaciones infundadas hacia Venezuela y rechazó las amenazas militares en el Caribe, subrayando con firmeza que “los verdaderos narcotraficantes viven en Miami, Nueva York, París o Madrid, muchos con ojos azules y pelo rubio”.
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Como represalia, Trump retiró la visa al mandatario colombiano, canceló la ayuda financiera a Colombia y lo calificó —sin pruebas— como “líder del narcotráfico”. Paralelamente, Washington ha intensificado su hostilidad contra Venezuela, ofreciendo 50 millones de dólares por la captura del presidente Nicolás Maduro y desplegando en el Caribe una fuerza militar con buques, aviones y miles de marines bajo el pretexto de combatir el narcotráfico.
Desde agosto, Estados Unidos ha bombardeado siete embarcaciones en la zona, sin aportar evidencia de que transportaran drogas. Según Petro, la estrategia de Washington de mezclar la “guerra contra las drogas” con la ambición por el petróleo venezolano refleja “un doble fracaso”.
Cuba también continúa siendo blanco de esa política. Durante más de 60 años de bloqueo económico, comercial y financiero, la Isla ha sido injustamente incluida en la lista de países patrocinadores del terrorismo, pese a su historial solidario en materia de cooperación médica y humanitaria en más de un centenar de naciones.
Ante este panorama, López Blanch advierte que la unidad latinoamericana resulta vital para enfrentar un imperio que, en su decadencia, “se vuelve más peligroso y dispuesto a cualquier locura con tal de mantener su dominio”.
 
		 
			

















