El Nobel de la Paz pierde su esencia: «Premiaron la dinamita»

Foto: Opinión /cortesía

El artículo “¡Premiaron la dinamita!” critica duramente al Comité Noruego del Nobel por otorgar el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, a quien el autor considera símbolo de confrontación y no de paz. Edwin Sánchez argumenta que la decisión contradice el legado de Alfred Nobel, quien buscaba premiar a quienes contribuyen verdaderamente a la humanidad.

Señala que el galardón ha sido contaminado por intereses políticos y compara la decisión con “premiar la dinamita”, por su potencial destructivo. A lo largo del texto, se citan figuras históricas, literarias y políticas para reforzar la idea de que el comité ha desviado el sentido original del Nobel, priorizando la política sobre la paz.

Oh, Alfred Bernhard Nobel

¡Premiaron la dinamita!

Alfred Nobel (*)
“El Comité Nobel demostró que anteponen la política a la paz.”
Steven Cheung, asesor del presidente Donald Trump
Por: Edwin Sánchez / Escritor

Sin considerar el espíritu de Alfred Bernhard Nobel, y con el prestigio de Noruega en juego, el comité de esa nación encargado de adjudicar el galardón ha hecho lo que sus anteriores integrantes no se atrevieron: premiar la dinamita.

Con su decisión del 10 de octubre, casi han encendido la mecha de la “Dinamita Machado”, y… ¡Pum!, adiós legado del notable inventor y de la historia aleccionadora del país escandinavo, tan osado en apagar precisamente las dinamitas del mundo.

Nuestra Casa Azul pareciera girar en dirección contraria a su infinito rumbo celeste. Incluso, se ha salido del curso de la trayectoria pacífica del noble pueblo noruego y, seguramente, de las intenciones de Su Majestad Harald V.

Estamos ante un Premio Nobel de uso restringido para la Paz, por la carga poderosa y peligrosa que lleva MCM, otra fórmula devastadora del TNT.

El báculo de la Paz ha sido roído por la politiquería. Componente fundamental de la civilización, la paz también es cultura, que, en palabras del poeta T.S. Eliot, es “todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido”.

Obviamente, doña Corina, a juzgar por las medidas de la cultura establecidas por el también Premio Nobel de Literatura en 1948, no da la talla ni con lo digno, ni con la vida, ni, por supuesto, con nada que “merezca ser vivido”.

El comité representará a los partidos del parlamento noruego, pero no el alma nórdica. La raza adánica está asombrada: las credenciales de Noruega, irrefutables para apadrinar la paz, parecen no haber sido tomadas en cuenta por los cinco de esta decisión altamente inflamable.

¿Cómo pasó esto, si Noruega ha desarrollado una ardua labor de apagafuegos en el mapamundi?

Allí están los Acuerdos de Oslo, entre Israel y Palestina; el diálogo impulsado para cancelar el enfrentamiento armado entre el gobierno de Colombia y las guerrillas de las FARC; el patrocinio efectivo entre el Estado de Guatemala y los líderes insurreccionales de la URNG, y hasta el fomento de las pláticas entre el presidente Nicolás Maduro y la oposición.

Alfred Nobel detalló en su testamento las coordenadas de este reconocimiento mundial que el GPS político del comité no logró ubicar en 2025: conceder “premios a quienes, durante el año anterior, hayan aportado el mayor beneficio a la humanidad” (París, 27 de noviembre de 1895).

¿Qué beneficios le ha dado a la humanidad la señora Machado?

Ninguno que no sea el aplauso de los rencores, los muy dados a las orgías de odios y a los que les apesta el incienso fragante de la paz, pues prefieren el nitrato de potasio y el azufre como ofrenda en olor grato a los demonios de la guerra y la barbarie.

¿Cómo reaccionarían, si cobraran vida, Martin Luther King, Madre Teresa de Calcuta, Jimmy Carter, Nelson Mandela y Willy Brandt, si al despertar del sueño de los justos se encontraran en la misma sala del Ayuntamiento de Oslo con la señora Machado?

¿Qué explicaciones podrían ofrecerles el quinteto arquitecto del yerro?
¿Los galardonados que enriquecen el legado del sabio se sentirían cómodos y le llamarían “colega” a quien ha optado por la violencia y el derrocamiento de un gobierno constitucional?

Don Alfredo quería que su condecorado actual “haya hecho más o mejor para promover la camaradería entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos permanentes y el establecimiento y la promoción de congresos de paz”, sin tener en cuenta la nacionalidad. Y una condición clave, inviolable, es que se entregara “a la persona más meritoria, sea o no escandinava”.

Es obvio que Martin Luther, Madre Teresa, James Earl, Nelson y Willy, entre otros, apelarían el fallo en primera instancia.

Pero los que supuestamente siguen las directrices del testador abolieron este año las líneas maestras de aquel corazón limpio, para sustituirlo por el hígado de sus miembros, sin importarles contaminar de falsedad la medalla de oro, el diploma y la misma ceremonia.

La verdad: no se otorgará la distinción, se botará —que es distinto— en la persona que “casualmente” quiere botar un gobierno legítimo. Y tampoco votar es botar.

¿Quién les comprará al comité el cambio mediático de su auténtico currículum mortem por el postizo currículum vitae que le fabrica una personalidad de “valiente y comprometida defensora de la paz (…) una mujer que mantiene viva la llama de la democracia en medio de una creciente oscuridad”?

Así la terminó de amolar Jørgen Watne Frydnes, presidente de la organización, en la lectura del fallo:
Machado es “uno de los ejemplos más extraordinarios de coraje civil en América Latina en tiempos recientes”.

Por “coraje civil”, el Diccionario de la Infamia define:
“1. Rogar por la invasión a Venezuela.
2. Acción de firmar, con todas sus consecuencias, el Documento Carmona, decretado el 12 de abril de 2002, para oficializar el golpe de Estado en Venezuela contra el presidente constitucional Hugo Chávez, asestado ese año.”

Con los pies sobre la tierra, Richard Grenell, enviado del presidente Donald Trump para Venezuela, colocó esta lápida con su epitafio:
“El Premio Nobel murió hace años.”

Ciertamente, era más aceptable que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hubiese recibido el Nobel. Y aunque se cuestionen sus políticas antiinmigratorias, ha contado con más movimientos en favor de la paz, en nada comparables con una agitadora implacable que lo que menos ha demostrado es abandonar la confrontación, según se ve en su biografía escrita con nitroglicerina.

Trump se ha esforzado en cambiar la alerta roja del orbe por un moderado amarillo, como antesala a un amigable tono verde, que se lograría con el concurso de líderes mundiales, la cordura y el retorno del Nobel a las equilibradas testas de este siglo, y no al cálculo, los golpes bajos y la agresión.

El jefe de Estado norteamericano ha querido restablecer la paz entre la Federación Rusa y Ucrania. Sus esfuerzos en esa ruta, a pesar del Estado Profundo, se constataron planetariamente cuando recibió a su par ruso, Vladimir Putin, en Alaska.

En cambio, María Corina Machado ha querido entrar al Palacio de Miraflores por sus pistolas. Ah, si ella cometiera en Noruega lo que ha perpetrado en Venezuela, mínimo estaría en la Prisión de Halden, para ver si pudiera ser rehabilitada y abandonar esos abominables hábitos de incitar a la carnicería, la guerra y la intervención militar.

Claro está que sus explosivos hábitos gozan de la acogedora zona de confort proporcionada por una embajada del Viejo Mundo.

Bien caben las palabras de don Mario Vargas Llosa para ubicarnos dónde están los integrantes del Comité Noruego, y que no necesariamente representan al pacífico pueblo nórdico. Una sociedad que nunca se ha caracterizado por la trivialidad, menos ahora que ve su Premio Nobel de la Paz degradarse a un concurso por debajo del máximo certamen de los artificios del bisturí y los excesos de siliconas y vanidad, conocido en el bajo mundo de los implantes (salvo las hermosas excepciones de la naturaleza) como Miss Universo.

Porque hay prótesis de palmas, trofeos y lauros para personajes fallidos, pero muy necesarios a la hora del montaje de tramoyas contra las “molestas” soberanías nacionales.

“En la civilización del espectáculo la política ha experimentado una banalización acaso tan pronunciada como la literatura, el cine y las artes plásticas, lo que significa que en ella la publicidad y sus eslóganes, lugares comunes, frivolidades, modas y tics ocupan casi enteramente el quehacer antes dedicado a razones, programas, ideas y doctrinas”, lamentaba el Premio Nobel de Literatura.

Los integrantes del comité elector son esencialmente políticos. El enorme novelista que se nos fue en la primavera pareciera describirlos con anticipación por esta decisión que deshonra la memoria del legendario químico:

“El político de nuestros días, si quiere conservar su popularidad, está obligado a dar una atención primordial al gesto y a la forma, que importan más que sus valores, convicciones y principios” (La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa, 2012, p.50).

Justamente por principios —y no por retóricas sesenteras de los congelados en la Guerra Fría—, el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, declaró en Tayikistán, el viernes 10:

“Ha habido casos en los que el comité ha otorgado el Premio Nobel de la Paz a personas que no han hecho nada por la paz.”

“Si el actual presidente de Estados Unidos merece o no el Premio Nobel, no lo sé. Pero realmente está haciendo mucho para resolver crisis complejas que duran años, incluso décadas”, afirmó.

Quizás la mejor explicación de por qué el Premio Nobel de la Paz se hizo necesario en este planeta, dado a las guerras, los golpes de Estado —algunos disfrazados de “transición democrática”— y la intolerancia, la ofreció el exvicepresidente de Estados Unidos, Al Gore:

“Los distinguidos científicos con quienes es el mayor honor de mi vida compartir este premio nos han planteado una elección entre dos futuros diferentes, una elección que, a mis oídos, evoca las palabras de un antiguo profeta: ‘Vida o muerte, bendiciones o maldiciones. Por tanto, elige la vida, para que tú y tu descendencia vivan’.”

El “antiguo profeta”, aludido en palabras y eludido en nombre por Gore, es Moisés, y la voz, la del propio Señor Yahvé, como se lee en Deuteronomio 30:15-16:

“Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames a Yahvé tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Yahvé tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.”

El Comité no eligió la vida.

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(*) Fuente: Diario Pampero – “Alfred Nobel y su revolucionaria invención: la dinamita”
Publicado en Al Sur del Siglo, octubre 2025