El niño salvaje que nunca logró adaptarse socialmente

Foto: La vida real del niño lobo de Andalucía/Cortesía
Foto: La vida real del niño lobo de Andalucía/Cortesía

Cuando tenía 17 años, unos hombres lo vieron en la sierra y avisaron a la Guardia Civil. Lo capturaron y lo llevaron a un convento. Durante más de diez años, Marcos Rodríguez Pantoja no habló idioma humano alguno. Solo se comunicó con aullidos. Aprendió a vivir como un lobo. No por elección, sino por necesidad.

Nació en Añora, un pequeño pueblo de Córdoba, Andalucía. Su madre murió cuando él era un niño, y su madrastra lo maltrataba. “Me hacía dormir bajo la lluvia, con una manta. No era humana, era muy mala”, relató. A los cinco años, su padre lo entregó a un hacendado a cambio de una choza y un caballo.

Poco después, lo enviaron con un guardacabras que vivía solo en una cueva. Un día, el anciano enfermó y le dijo que se marchaba. “Le pregunté si podía ir con él. Me dijo: ‘No, si has sobrevivido hasta ahora, podrás seguir solo’”.

Así quedó completamente solo en el monte. No sabía cazar ni pescar. Comía raíces, frutos y lo que encontraba. Casi muere por carne podrida. A los seis años encontró una cueva con dos lobeznos. Jugaba con ellos a diario. Un día, la madre loba lo olfateó mientras dormía. “Me lamió la cara. Me arrinconé. Luego trajeron un ciervo muerto. Quité un trozo, el lobito chilló, y la madre se lo devolvió. Pero después me trajo otro pedazo”.

Foto: La vida real del niño lobo de Andalucía/CortesíaFoto: La vida real del niño lobo de Andalucía/Cortesía
Foto: La vida real del niño lobo de Andalucía/Cortesía

La vida real del niño lobo de Andalucía

La manada lo aceptó. Caminaba en cuatro patas, imitaba sus sonidos y dormía cerca de ellos. Sobrevivía sin fuego. Hasta que lanzó una piedra y vio una chispa. Así aprendió a encender fuego con musgo y ramas secas.

En 1965 lo vieron desde lejos. Avisaron a la Guardia Civil. “Me atraparon con un lazo. Mordí a uno. Me taparon la boca por miedo a que llamara a los lobos”, dijo.

Lo llevaron ante su padre, pero no lo reconoció. Tampoco entendía las palabras. Lo trasladaron a un convento en Madrid. “Me lavaron, me vistieron, pero me molestaba la ropa. Me la quitaba y andaba desnudo”, contó.

Su reintegración fue dura. “Nadie me ayudó. Me engañaban. En una pensión llamaron a la Policía por si aún mordía”. Hoy tiene 79 años. Vive solo, con una pensión limitada, en Ourense. Nunca se adaptó del todo. “Yo habría preferido quedarme en el monte. Aquella era mi vida”.