Puerto Rico no está solo viviendo una serie de conciertos. Está presenciando un fenómeno cultural, económico y social sin precedentes. Bad Bunny, el ícono global del reguetón y embajador no oficial de la isla, ha iniciado una residencia artística de 30 conciertos en el Coliseo de Puerto Rico del 11 de julio al 14 de septiembre que transformará el panorama del país.
Este evento, titulado “No Me Quiero Ir De Aquí”, generará un impacto económico estimado de 377 millones de dólares y creará más de 3.600 empleos, según datos de la alcaldía de San Juan. Las cifras hablan de una recuperación económica en pleno auge, pero lo más poderoso es lo intangible: la reafirmación de la identidad puertorriqueña.
Bad Bunny no solo canta. Denuncia, homenajea y provoca reflexión. Con escenografías inspiradas en íconos culturales como la pava, el cuatro y murales urbanos, cada función se convierte en una celebración de la herencia boricua. Además, el artista ha utilizado sus letras para visibilizar temas como la gentrificación, la privatización de recursos naturales y las desigualdades históricas sufridas por Puerto Rico.
El éxito fue inmediato, 400.000 boletos vendidos en apenas 4 horas, superando récords locales y globales. Las fechas iniciales eran 21, pero la demanda obligó a sumar nueve más. Esta residencia ya ha superado las marcas dejadas por artistas como Daddy Yankee o Wisin y Yandel, quienes antes ostentaban el récord de funciones consecutivas en el Coliseo.

Bad Bunny estrenó ayer residencia en PR
Además del boom musical, han surgido iniciativas culturales y científicas a su alrededor. La lexicógrafa Maia Sherwood Droz creó un diccionario El ABC de DtMF para explicar las referencias y el lenguaje de las canciones del álbum Debí Tirar Más Fotos.
Por otro lado, el Colegio de Químicos de Puerto Rico publicó un estudio que demuestra cómo la música de Bad Bunny activa neurotransmisores como dopamina y serotonina, generando emociones de bienestar y cohesión social.
El impacto de esta residencia va más allá del entretenimiento. Es un gesto de amor por la isla, una forma de resistencia cultural y un símbolo de lo que el arte puede lograr cuando se conecta con sus raíces.
Puerto Rico no solo vibra con el ritmo, se reconstruye desde su esencia.


















